Corría todo el largo de la plaza como si del
mítico Cafú se tratase, bien hubiese venido que su técnica también se hiciera
latente mas la vehemencia del centro no dio lugar a remate alguno. Solo el capó
de un Renault Clio al otro lado de la eventual cancha acertó a rematar sin
dirección alguna y lanzar la bola al cebreado de la calle Robles.
Fue suficiente la infantil ley de la botella para que José Ignacio, raudo, saltase a la vía con el único fin de alcanzar el esférico trofeo sin demora alguna, apenas atendiendo el silbido que clamaban los neumáticos de un rojo autobús de línea.
De no ser por la tradición cafetera, que todas las tardes antes de comenzar su jornada laboral, Manuel Llamas, experto conductor de autobuses y hombre sabio en lo particular realizaba sin excusa alguna en el bar de María la de las lentejas.
Café solo, en vaso de caña, con sacarina y azúcar. - El agua fría, y póngala aparte.
Esa pequeña cantidad de cafeína más que suficiente para ganar la batalla al sueño, en las difíciles horas postreras al almuerzo.
Con mucho reflejo y sin volantazo alguno, a la par que el balón cruzaba la calle, Manuel dio un glorioso frenazo con el que no logró derribar a los numerosos pasajeros que cabizbajos leían sus teléfonos móviles, pero que si zarandeó lo suficiente para que los labios de una chica cualquiera pasaran a pocos centímetros de los míos. La tensión, el miedo y la incertidumbre de aquel devenir se mezclaron con la vergüenza, y el sonrojo entre una chica y yo, durante esos segundos juraría que la conocía de siempre y de nunca, ella prometió lo mismo cuando bajamos en la siguiente parada.
Fue suficiente la infantil ley de la botella para que José Ignacio, raudo, saltase a la vía con el único fin de alcanzar el esférico trofeo sin demora alguna, apenas atendiendo el silbido que clamaban los neumáticos de un rojo autobús de línea.
De no ser por la tradición cafetera, que todas las tardes antes de comenzar su jornada laboral, Manuel Llamas, experto conductor de autobuses y hombre sabio en lo particular realizaba sin excusa alguna en el bar de María la de las lentejas.
Café solo, en vaso de caña, con sacarina y azúcar. - El agua fría, y póngala aparte.
Esa pequeña cantidad de cafeína más que suficiente para ganar la batalla al sueño, en las difíciles horas postreras al almuerzo.
Con mucho reflejo y sin volantazo alguno, a la par que el balón cruzaba la calle, Manuel dio un glorioso frenazo con el que no logró derribar a los numerosos pasajeros que cabizbajos leían sus teléfonos móviles, pero que si zarandeó lo suficiente para que los labios de una chica cualquiera pasaran a pocos centímetros de los míos. La tensión, el miedo y la incertidumbre de aquel devenir se mezclaron con la vergüenza, y el sonrojo entre una chica y yo, durante esos segundos juraría que la conocía de siempre y de nunca, ella prometió lo mismo cuando bajamos en la siguiente parada.
El Cangrejo Violinista
1 comentario:
Perfecto.
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