Aunque nadie dijo si era buena o mala
suerte. Sí. Ya lo había intentado todo. ¡To-do! Aceptar las citas a ciegas que
te organizan los amigos (que al organizarte dichas citas parecen más tus
enemigos por lo acertado de sus “elecciones”), ir a las reuniones de solteros
(que inundan los foros en internet), contestar a los anuncios clasificados de
una revista o periódico, página de internet para solteros exigentes y de
“comprensión” delgada, miradas cómplices en la calle o en el museo, los mojitos
del amor… En fin, nada. Así, resignada a
mi soledad mientras revisaba mi mail encontré que había peticiones de algunos Romeos intentando conquistar una Julieta. Y hubo uno que me robó el escepticismo.
Las fotos parecían ser sencillas y nada narcisistas o en paños menores. Acepté
su petición y en dos mensajes me dio su teléfono para whatsapp. Yo dudaba por
la velocidad del suceso pero quería confiar. Era el siete, El número de la suerte. Después de
todo había mucho que ganar. En la charla tecnológica nos dijimos qué hacíamos,
qué nos gustaba y parecíamos coincidir en muchas cosas. Confesaré que una que
me hechizó es que no tenía faltas de ortografía y teníamos mucha charla. Me
llamó por teléfono para “escuchar”.mi voz y como era de esperarse quedamos para
“vernos”. La primera cita fue divina, nos reímos mucho, paseamos y compartíamos
historias de nuestras vidas que son como esas joyitas que guardas muy
recelosamente. La segunda, tercera, cuarta y quinta cita, igual sentía emoción,
me gustaba pero yo no daba el primer paso porque temía que me dijera “uy no, me
has malinterpretado, sólo quiero ser tu amigo”. Cabe mencionar que en todo este
recorrido, hubo detalles que yo pasé por alto, y que indudablemente, de
haberles prestado atención, me hubiera ahorrado muchos disgustos. Una vez
comentó que una de sus ex novias tuvo que ir al psiquiatra de tan mal que quedó
con la ruptura, porque, él la dejó por la mejor amiga. Sí, sí, ahora también
pongo cara de signo de admiración de times new roman doce puntos interlineado
doble, pero en su momento me ganaba que era muy caballeroso. Me abría la puerta
para entrar, me acomodaba la silla y me ofrecía su brazo para caminar o su
abrigo cuando tenía frío. Otra de las perlas que presagiaban la tormenta fue
cuando en la calle, mientras paseábamos se acercaron a nosotros tres chicos con
aspecto de buscar problemas y buscar quién se los provocara, yo me puse muy
nerviosa, porque evito la
agresividad. Sin embargo, él se creía gladiador del siglo XXI
y yo pasé el susto de mi vida al borde de presenciar una pelea callejera. Sí,
sí, lo sé, ésta perla era roja como alarma pero me gustaba el sapo en
cuestión. Tercera nota que era un grito
de precaución o mejor dicho, un neón que con brillo intermitente avisaba “estoy
loco”: una noche después de cenar compramos, yo, golosinas, y él, un helado,
para ir comiendo mientras paseábamos. En el camino pasó un coche con tres
hombres bastante rudos a los que yo ignoré, pero el sapo en cuestión incluso
les ofreció de su helado en tono provocativo, a mi en ese momento se me heló el
alma pensando que podrían bajarse, apalearlo, subirme a mi, o apalearme a mi y
subirlo a él, yo qué sé, el mundo está muy loco y leo mucho el periódico y veo
los telediarios. Pasado el suceso, en mi cabeza no dejaba de pensar qué busco
en un sapo. Este neón intermitente se apagó con la
sexta cita en la que por fin llegó el beso y yo sentí que había llegado al
final del arcoiris. El sapo escondía a un gallardo mozo. Pero apareció el cuarto detalle del mozo
kafkiano, que no se transformó en un sapo, sino en un pulpo. En los besos, de
pronto te veías perdida entre tentáculos, que literalmente tentaban culo, cosa
que no me escandaliza, pero sí me avergüenza si pretende hacerlo como una
performance en público. El detalle quinto es extraño de definir.
Le gustaba poner en práctica conmigo sus dotes de defensa. Intentando según él
compartir el conocimiento, lo único que lograba es que yo me quejara de sus
“caricias”. Detalle sexto, séptima cita: “tengo que
hablar contigo” “empiezo yo” Sí, Sí, frases de sapos y culebras. El argumento
del sapo era que yo tenía una mente muy abierta para la suya y no me veía como
una pareja. Detalle séptimo: esto me lo
dijo mientras me había invitado a cenar, es decir, me arruinó la cena pero al
salir pretendía que le diera un beso de despedida. Pero la de la mente abierta era yo, por no
“reaccionar” ante un beso entre dos personas del mismo sexo.Definitivamente, mi número de la suerte
será el 13.
¡Siguiente!
Merlina
Brujas