A falta de algo más de tres tragos para verme obligado a
llamar de nuevo la atención del camarero, unas chirriantes bisagras me
incitaron a que girase la cabeza. A través de una fuerte bocanada de humo solo
oí unos tacones, nada que ver con el sonido a goma de las botas de agua que
suelen usar los marineros que frecuentan este tipo de lugares, me bastó con ver
como levantaba la mirada el tipo de la barra, mientras sacaba brillo a las
pocas copas que aún quedaban por recoger.
He visto esa misma mirada en los compañeros cuando
avistan tierra después de varios días, sabes que la tierra existe, sabes de
sobra como es y todo lo que puedes conseguir allí, pero después de varios días
en la mar, ver tierra por primera vez, te encoge el alma.
Yo ya estaba cansado de esas sensaciones, así que opte
por no mirar a la figura que ya el humo disperso daba formas y volví a hundir
mi mirada en los pocos cubos de hielo que nadaban en mi vaso.
Pasó cerca de mí, casi tocó mi espalda, y se dirigió a la
esquina del fondo, a unos taburetes pegados a la pared, junto a un póster de
Marilyn ya amarillento por el paso del tiempo. La luz que las tulipas verdes
que colgaban de la barra no iban a dejarme ver su rostro así que no hice
aspaviento alguno. Giré los hielos sobre si mismos y volví a pegarle otra
calada al cigarro.
Pidió una ginebra, una cualquiera le dijo al camarero, y
antes de que pudiese terminarme el cigarro ya se había bebido su copa.
Arrastró la copa por el tramo de barra que nos separaba y
paró justo a mi lado. En tono déspota y agresivo me pidió un cigarrillo, como
la que no tiene nada que perder, como la que ya ha vivido. Sin mirarla saqué la
bolsa del tabaco de liar y le di uno de los que ya tenía hecho, ella adelantó
su mano hasta la cajetilla de cerillas y se encendió el cigarro.
Esa fue la primera imagen que tengo de ella, entre fuego
y humo. Con varias caladas de boca consiguió prender la mala hierba de fumar
que puedo conseguir en este pueblo, mientras, me quedé observando su rostro,
una pequeña boca que apena dibujaba unos finos labios de carmín, una nariz con
la que apenas se podría respirar y unos ojos color de agua, donde sin duda ya
muchos se habrían hundido. Decididamente volví la mirada al fondo del vaso, no
quería hundirme en ellos a la primera de cambio. Tiró las cerillas delante de
mí, se acercó a mi oído y susurrando dijo: gracias…
Entonces se giró y caminó de vuelta a su asiento,
caminaba de espaldas, mostrándomela, descubierta, solo una mata de pelo largo y
rubio,un pelo de olas, con los que sueñan los que están en el mar. Y en lo más
profundo de ese paisaje vertebral, unas palabras en latín que no logré
traducir.
Apuré los dos últimos tragos de un solo sorbo, e hice
señas al barman para que rellenase el vaso, mientras lo hacía, me acerqué a la
máquina de discos con un par de monedas, tan solo quería darle algo de sonido a
todo aquello, y soltar la tensión en el cuello que esa chicha me había causado,
de bailar nada, si algo no se en esta vida, es mover los pies sin parecer
un cormorán.
La máquina de discos era casi tan vieja como aquel antro,
la humedad doblaba los discos y solo los mejores parroquianos sabían cuales
sonaban bien. A pesar de que pasaba muchas horas allí nunca había puesto un
solo tema en esa añeja máquina. Y algo mal tuve que hacer porque apenas estaba
girando la rueda de elección, cuando sin elección alguna, el gancho se puso en
movimiento y capturó algo que sonaba como Dixie Chicks pero con una voz más
madura, como lo único que yo necesitaba era algo de música no le di más
importancia y me dirigí a por mí copa.
Allí en la barra justo donde yo estaba me esperaban unas
palabras en latín que no logré traducir en su momento, según me acerba pude
leer, deducet vos usque in finem saeculi. Estando ya sentado junto
a ella, como si esa hubiese sido la situación de toda la noche, le pregunté qué
quería decir aquello que tenía tatuado, de nuevo, de manera altiva y confiada
me respondió que terminaría sabiéndolo, pero que nos faltaba mucho por beber.
La noche siguió su curso, y empezó a dar paso al alba,
extrañamente no fuimos interrumpidos por más compañía en el local y entre
alcohol y tabaco nos fuimos contando todo aquello que habíamos roto en el
pasado, los pecados cometidos, y las oportunidades que se dejan en el arcén.
Hablamos de nosotros sin saber quiénes éramos, nos mirábamos sabiendo donde
habíamos estado,su escuálido cuerpo y el mío necesitaban mucho más de lo que mi
tugurio de todas las noches podría darnos y poco a poco perdí mis manos entre
sus piernas,y deseaba no volver a encontrarlas, pues no recuerdo un lugar
mejor.
Repentinamente su impulsivo y tenaz tono de voz se volvió
más melancólico, casi árido, vestida pero desnuda me insinuó que era un buen
momento para irnos y sin más mi boca tropezó con la suya, nos besamos como si
conociésemos nuestras bocas de memoria, con una ternura inoportuna para ambos,
aún recuerdo ese sabor a ginebra y cigarrillos, me dijo al oído lo que
significaba su tatuaje y salió por la puerta, tomo dirección calle abajo, entre
la neblina del amanecer, la seguí, la seguí involuntariamente, como si no
pudiese parar de seguirla.
El Cangrejo Violinista
No hay comentarios:
Publicar un comentario