Nunca me han gustado las tartas. Nunca.
Desde niña, mientras que a los demás niños los ganaban con la promesa de una
tarta, yo rechazaba toda negociación con una tarta de por medio. Crecí entonces con el síndrome de princesa
waltera (Walt Disney, nada de marcas blancas) y buscaba sapos que convertir en
príncipes. En mis cuentos, lo que a mi me gusta es
que me hagan sentir princesa no sapo, bueno, mucho menos rana. Aunque siempre
me había topado con los típicos “me gustas, pero…” y asomaban sus gustos que
son muy respetables, pero que demostraban que no tenían nada que ver conmigo.
Me preguntaba entonces: ¿Qué hace este sapo conmigo? Y aún mejor: ¿Qué hago yo
con él? Así llegó el sapo ocho. En una de mis
tantas travesías laborales. El sitio donde comencé a trabajar era raro. No me
presentaron con nadie, y yo me presenté tal y como mi horario decía a las nueve
de la mañana para cambiar el turno. Resultó que cambiaría turno con un chico
francés con el que intercambiaba siete frases:1) Hola, buenos días. 2) ¿Qué tal
la noche? 3) ¿Alguna sorpresa? 4)¿Hay cambio? 5) Todo en orden. 6) Perfecto. 7)
Hasta mañana. Todo muy cordial y mecánico, pero ocurrió
que algún día tenía que librar este angelito, y ese día había otro personaje en
su lugar. Yo en cuanto llegué lo vi y me dije a mi misma, ¡Uy! No me había dado
cuenta que este chico fuera tan mono, ¿cómo no lo noté antes? Sí, sí, ya
después caí en la cuenta que era otro chico, porque me pregunto mi nombre.
Descubrí que este chico hacía lo imposible por quedarse conmigo hasta una hora
después de su salida, jugaba conmigo y me hacía reír. Un día, me organizó una
rifa en el que había en juego una cena, una picnic, una tarta, un abrazo y su
teléfono, claro, para mi buena suerte, me tocó la tarta cuando yo quería ¡el
teléfono! En fin, acepté mi “premio” y me lo dio en una cita romántica en el
Retiro, en una noche veraniega, con música en vivo. Hubo un beso de ensueño, de
esos que seguramente saben a tarta para muchos, a mi me supo a nubes, a chocolate,
a cielo y a luna. Era tan de cuento, me dijo los piropos
más bellos que nunca antes ningún sapo había mencionado, precisamente veía
virtudes en lo que otros veían defectos. Yo empezaba a sentir ese anzuelo que
te engancha a una persona. Me sentía una princesa, tumbados sobre el
césped, escuchando la música, yo con mi oído en su pecho, creí escuchar
whatsapps de su corazón. Sí, sí, me gustaba mi capítulo de cuento. Pero
empezaron los antagonistas de mi cuento, que no eran ni brujas, ni otros príncipes,
sino el gimnasio. ¡Chan chán! Sí, amiguitas, el sapo en cuestión parecía
fanático empedernido de la halterofilia, cuidando en extremo su dieta, y por
supuesto sus horarios. Es decir, no podíamos quedar cualquier día, porque tenía
que ir al gimnasio, lloviera, nevara, tronara o temblara todos los días, como
beata que va a misa. Y no una hora, no, no, no. ¡Dos! Porque en una hora no le
daba tiempo. Ya decía yo que el día de la tarta me la
comí yo sola muy feliz, y él ni siquiera la miró. Bueno, yo esperé y esperé y esperé la
siguiente cita. Obvio, imaginarán que nunca llegó. En el trabajo seguía
quedándose conmigo una hora, con la ventaja de que había besos clandestinos y
miradas de esas que dicen más cosas que cuando se habla. Pero intentar una cita
fue imposible. Así que recurrí al plan b: organicé una cena en mi casa y con
ello dar un paso más. Saqué mis recetarios caseros, comparé con
recetas en internet, pregunté a mis amigos sobre sus trucos de cocina y añadí a
la cena el toque de un buen vino tinto. Yo quería que viera mis dotes de buena
cocinera, anfitriona y princesa. La cena empezó con el “no como carbohidratos
por la noche”, así que los canelones de queso con pera, descartados. “No puedo
comer grasas” ¡hala! Au revoir confit de pato. Y la guinda del pastel: “No me
gusta el chocolate” Pues todo el bizcocho para mi.
Comprenderán, que yo no compito ni con dietas ni con gimnasios y menos por una tarta aunque tenga forma de he-man. Prefiero una buena tostada. Así de sencilla soy.
Comprenderán, que yo no compito ni con dietas ni con gimnasios y menos por una tarta aunque tenga forma de he-man. Prefiero una buena tostada. Así de sencilla soy.
¡Siguiente!
Merlina
Brujas
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