jueves, 7 de noviembre de 2013

Sapo ocho (¿Mejor un bizcocho?).



Nunca me han gustado las tartas. Nunca. Desde niña, mientras que a los demás niños los ganaban con la promesa de una tarta, yo rechazaba toda negociación con una tarta de por medio. Crecí entonces con el síndrome de princesa waltera (Walt Disney, nada de marcas blancas) y buscaba sapos que convertir en príncipes. En mis cuentos, lo que a mi me gusta es que me hagan sentir princesa no sapo, bueno, mucho menos rana. Aunque siempre me había topado con los típicos “me gustas, pero…” y asomaban sus gustos que son muy respetables, pero que demostraban que no tenían nada que ver conmigo. Me preguntaba entonces: ¿Qué hace este sapo conmigo? Y aún mejor: ¿Qué hago yo con él? Así llegó el sapo ocho. En una de mis tantas travesías laborales. El sitio donde comencé a trabajar era raro. No me presentaron con nadie, y yo me presenté tal y como mi horario decía a las nueve de la mañana para cambiar el turno. Resultó que cambiaría turno con un chico francés con el que intercambiaba siete frases:1) Hola, buenos días. 2) ¿Qué tal la noche? 3) ¿Alguna sorpresa? 4)¿Hay cambio? 5) Todo en orden. 6) Perfecto. 7) Hasta mañana. Todo muy cordial y mecánico, pero ocurrió que algún día tenía que librar este angelito, y ese día había otro personaje en su lugar. Yo en cuanto llegué lo vi y me dije a mi misma, ¡Uy! No me había dado cuenta que este chico fuera tan mono, ¿cómo no lo noté antes? Sí, sí, ya después caí en la cuenta que era otro chico, porque me pregunto mi nombre. Descubrí que este chico hacía lo imposible por quedarse conmigo hasta una hora después de su salida, jugaba conmigo y me hacía reír. Un día, me organizó una rifa en el que había en juego una cena, una picnic, una tarta, un abrazo y su teléfono, claro, para mi buena suerte, me tocó la tarta cuando yo quería ¡el teléfono! En fin, acepté mi “premio” y me lo dio en una cita romántica en el Retiro, en una noche veraniega, con música en vivo. Hubo un beso de ensueño, de esos que seguramente saben a tarta para muchos, a mi me supo a nubes, a chocolate, a cielo y a luna. Era tan de cuento, me dijo los piropos más bellos que nunca antes ningún sapo había mencionado, precisamente veía virtudes en lo que otros veían defectos. Yo empezaba a sentir ese anzuelo que te engancha a una persona. Me sentía una princesa, tumbados sobre el césped, escuchando la música, yo con mi oído en su pecho, creí escuchar whatsapps de su corazón. Sí, sí, me gustaba mi capítulo de cuento. Pero empezaron los antagonistas de mi cuento, que no eran ni brujas, ni otros príncipes, sino el gimnasio. ¡Chan chán! Sí, amiguitas, el sapo en cuestión parecía fanático empedernido de la halterofilia, cuidando en extremo su dieta, y por supuesto sus horarios. Es decir, no podíamos quedar cualquier día, porque tenía que ir al gimnasio, lloviera, nevara, tronara o temblara todos los días, como beata que va a misa. Y no una hora, no, no, no. ¡Dos! Porque en una hora no le daba tiempo. Ya decía yo que el día de la tarta me la comí yo sola muy feliz, y él ni siquiera la miró. Bueno, yo esperé y esperé y esperé la siguiente cita. Obvio, imaginarán que nunca llegó. En el trabajo seguía quedándose conmigo una hora, con la ventaja de que había besos clandestinos y miradas de esas que dicen más cosas que cuando se habla. Pero intentar una cita fue imposible. Así que recurrí al plan b: organicé una cena en mi casa y con ello dar un paso más. Saqué mis recetarios caseros, comparé con recetas en internet, pregunté a mis amigos sobre sus trucos de cocina y añadí a la cena el toque de un buen vino tinto. Yo quería que viera mis dotes de buena cocinera, anfitriona y princesa. La cena empezó con el “no como carbohidratos por la noche”, así que los canelones de queso con pera, descartados. “No puedo comer grasas” ¡hala! Au revoir confit de pato. Y la guinda del pastel: “No me gusta el chocolate” Pues todo el bizcocho para mi.
Comprenderán, que yo no compito ni con dietas ni con gimnasios y menos por una tarta aunque tenga forma de he-man. Prefiero una buena tostada. Así de sencilla soy. 
¡Siguiente!
                                                Merlina Brujas 

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