jueves, 31 de octubre de 2013

Sapo siete (¡Mi número de la suerte!).




 Aunque nadie dijo si era buena o mala suerte. Sí. Ya lo había intentado todo. ¡To-do! Aceptar las citas a ciegas que te organizan los amigos (que al organizarte dichas citas parecen más tus enemigos por lo acertado de sus “elecciones”), ir a las reuniones de solteros (que inundan los foros en internet), contestar a los anuncios clasificados de una revista o periódico, página de internet para solteros exigentes y de “comprensión” delgada, miradas cómplices en la calle o en el museo, los mojitos del amor… En fin,  nada. Así, resignada a mi soledad mientras revisaba mi mail encontré que había peticiones de algunos Romeos intentando conquistar una Julieta. Y hubo uno que me robó el escepticismo. Las fotos parecían ser sencillas y nada narcisistas o en paños menores. Acepté su petición y en dos mensajes me dio su teléfono para whatsapp. Yo dudaba por la velocidad del suceso pero quería confiar. Era el siete, El número de la suerte. Después de todo había mucho que ganar. En la charla tecnológica nos dijimos qué hacíamos, qué nos gustaba y parecíamos coincidir en muchas cosas. Confesaré que una que me hechizó es que no tenía faltas de ortografía y teníamos mucha charla. Me llamó por teléfono para “escuchar”.mi voz y como era de esperarse quedamos para “vernos”. La primera cita fue divina, nos reímos mucho, paseamos y compartíamos historias de nuestras vidas que son como esas joyitas que guardas muy recelosamente. La segunda, tercera, cuarta y quinta cita, igual sentía emoción, me gustaba pero yo no daba el primer paso porque temía que me dijera “uy no, me has malinterpretado, sólo quiero ser tu amigo”. Cabe mencionar que en todo este recorrido, hubo detalles que yo pasé por alto, y que indudablemente, de haberles prestado atención, me hubiera ahorrado muchos disgustos. Una vez comentó que una de sus ex novias tuvo que ir al psiquiatra de tan mal que quedó con la ruptura, porque, él la dejó por la mejor amiga. Sí, sí, ahora también pongo cara de signo de admiración de times new roman doce puntos interlineado doble, pero en su momento me ganaba que era muy caballeroso. Me abría la puerta para entrar, me acomodaba la silla y me ofrecía su brazo para caminar o su abrigo cuando tenía frío. Otra de las perlas que presagiaban la tormenta fue cuando en la calle, mientras paseábamos se acercaron a nosotros tres chicos con aspecto de buscar problemas y buscar quién se los provocara, yo me puse muy nerviosa, porque evito la agresividad. Sin embargo, él se creía gladiador del siglo XXI y yo pasé el susto de mi vida al borde de presenciar una pelea callejera. Sí, sí, lo sé, ésta perla era roja como alarma pero me gustaba el sapo en cuestión.  Tercera nota que era un grito de precaución o mejor dicho, un neón que con brillo intermitente avisaba “estoy loco”: una noche después de cenar compramos, yo, golosinas, y él, un helado, para ir comiendo mientras paseábamos. En el camino pasó un coche con tres hombres bastante rudos a los que yo ignoré, pero el sapo en cuestión incluso les ofreció de su helado en tono provocativo, a mi en ese momento se me heló el alma pensando que podrían bajarse, apalearlo, subirme a mi, o apalearme a mi y subirlo a él, yo qué sé, el mundo está muy loco y leo mucho el periódico y veo los telediarios. Pasado el suceso, en mi cabeza no dejaba de pensar qué busco en un sapo. Este neón intermitente se apagó con la sexta cita en la que por fin llegó el beso y yo sentí que había llegado al final del arcoiris. El sapo escondía a un gallardo mozo. Pero apareció el cuarto detalle del mozo kafkiano, que no se transformó en un sapo, sino en un pulpo. En los besos, de pronto te veías perdida entre tentáculos, que literalmente tentaban culo, cosa que no me escandaliza, pero sí me avergüenza si pretende hacerlo como una performance en público. El detalle quinto es extraño de definir. Le gustaba poner en práctica conmigo sus dotes de defensa. Intentando según él compartir el conocimiento, lo único que lograba es que yo me quejara de sus “caricias”. Detalle sexto, séptima cita: “tengo que hablar contigo” “empiezo yo” Sí, Sí, frases de sapos y culebras. El argumento del sapo era que yo tenía una mente muy abierta para la suya y no me veía como una pareja.  Detalle séptimo: esto me lo dijo mientras me había invitado a cenar, es decir, me arruinó la cena pero al salir pretendía que le diera un beso de despedida.  Pero la de la mente abierta era yo, por no “reaccionar” ante un beso entre dos personas del mismo sexo.Definitivamente, mi número de la suerte será el 13. 
¡Siguiente!
                                                     Merlina Brujas 






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