jueves, 19 de septiembre de 2013

Sapo segundo .

 
¿Alguna vez te has planteado que a tus vein…trein…cuar… y tantos años, falta “algo” en tu vida?.
“Algo” que te “invita” a sentarte en la mesa de los niños en las bodas de tus amigas; “algo” que en un restaurante resulta incómodo cuando te preguntan ¿mesa para uno? mientras giras a ver si hay “algo” más que no hayas visto porque lo obvio es obvio.       
Pues yo estaba así, en un sitio en el que lo único que había alrededor era agua y platanares. Carente de mi “algo” intentaba encontrar un sitio con el famoso wifi que me mantuviera en contacto con el mundo continental.  
El “único” sitio donde podías hacer esto era en el ”único” bar que sin ser un oasis en medio del desierto, bien podría describirse como tal. 
En lugar de tapa podías enviar un mail, revisar el feiss o enterarte de las noticias. En todo este animado mundo sólo podías toparte con cuatro personajes: el dueño del bar, su esposa, (ambos alemanes de piel avejentada y enrojecida por tanto sol), un jubilado que le hablaba en alemán a su perro que también parecía jubilado porque caminaba casi reptando y yo. Sí, yo. Que sin hablar alemán, sin ser jubilada y sin tener perro me faltaba “algo”. 
Mientras intentaba mantener un hilo cibernético con mi vida social, el dueño del bar me acercó una caña con la seguida frase de película “la invita el caballero”. Mi cabeza temía que fuera el hombre del perro, porque yo podría parecer su nieta, y asomé la mirada de entre el portátil temerosa para descubrir ¡oh, sorpresa! A un lozano joven moreno y sonriente que levantaba su bebida para brindar conmigo. 
Yo aún desconfiada agradecí la caña y seguí mi labor. Una caña se convirtió en dos. Dos en tres, tres en cuatro, y así hasta ocho y muchas risas. Complicidad, número de teléfono y la jugosa promesa de ser mi guía turístico en aquel sitio me hicieron sucumbir a “algo”. 
“Algo” que sentí en mi interior, como mariposeo de quinceañera cuando te gusta algún chico. 
Ya con este “algo” el sitio rodeado de agua y platanares, comenzaba a tener un “algo” especial. 
“Algo” estaba cambiando. Ya  no me preocupaba tanto por mantener al día mi vida “on line”. 
El guía turístico resultó ser perfecto: restaurantes con”¿mesa para dos?” , discotecas, playas, poblados, paseos de ensueño.
Pero en todo paraíso también hay tormenta y este no fue la excepción. 
Me trasladaban del trabajo a otro sitio y mi guía turístico no estaba en la ciudad. Me parecía poco cortés y cercano darle la noticia por teléfono o por mensaje, así que preferí ir a ver a su hermana (que trabajaba en el mismo sitio que yo) y dejarle una carta “algo” romántica, que permitiera que la guía turística y no turística que planeábamos “editar”, continuara. Cuando coincidí con su hermana, le di la noticia de mi traslado y le pedí que le entregara la carta a su hermano. 
En ese momento ella agregó la palma de oro de este relato: “Claro, es que está tan ocupado con la boda”. 
Yo puse cara de “algo” seguramente porque la siguiente intervención de esta chica fue :
“No te había dicho nada ¿verdad?” 
Intenté resolver rápidamente: ¡Claro! “Algo” me había contado. Bueno, debo irme.
Tomé el vuelo sin remordimiento, con cara de “sí viajo sola y ¿qué?” con lo que evité que me hicieran la pregunta.
Si “algo” se aprende de ésta anécdota, es que cuando sientas que “algo” falta, amiga mía, mejor que falte y no que sobre. Porque definitivamente yo prefiero mesa para dos, y no mesa para tres.
¡Siguiente!
                                                   Merlina Brujas

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mas vale sola que mal acompañada :P