jueves, 12 de septiembre de 2013

Cuánto daño ha hecho Walt Disney. (O lo que es lo mismo ¿Cuántos sapos hay que besar para dar con el dichoso príncipe azul?)

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Desde niña fui bombardeada con libros de cuentos según para fomentar mi gusto por la lectura, y, efectivamente, ocurrió. Pero también ocurrió que se grabaron en mis archivos neuronales, la búsqueda constante del príncipe que llegaría en su corcel, que además de ser guapo e inteligente, tendría buen gusto, pues me elegiría a mi como dueña de su reino (IKEA). Lo que esos cuentos no detallan, es qué pasaba en realidad por la cabeza de las hermanastras, que también siendo princesas muchas de ellas, se quedaban solas y sin cuento. Imagino que si tú eres princesa Disney, hermanastra, bruja, madrastra o hada, éstas historias te llegarán a la fibra mágica, y quizá reconocerás algún sapo que se ha atravesado por tu cuento.  Bueno, pues a reír y a comprobar que cualquier parecido con tu cuento, ¡NO! ¡No es pura casualidad!.




Sapo Primero.

Lo conocí porque era portero. No de fútbol sino de un garito que además de ser mi favorito, estaba frente a mi casa. Una noche, nos lo presentó el dueño del bar, entre alegorías de chupitos embellecedores y sin omitir, por supuesto, los dos besos de protocolo. Primer contacto: olía tan bien y sonrío de una manera tan especial, que sí,sentí el pinchazo de la Bella durmiente y el hechizo comenzó.

No terminó la noche y se acercó directamente para invitarme una copa en otro sitio cuando saliera de currar. Yo miré a mi amiga buscando complicidad para ir juntas, pero mi amiga viendo el panorama hizo un Houdini y desapareció para propiciar la "cita exprés”. Efectivamente: baile, copa, besos, manos traviesas y número de teléfono.
El primer argumento del sapo fue un “yo no busco relaciones serias”, argumento que a mi en su momento me hizo estrecharle la mano como quien cierra un trato. 
Yo,qué quieren que les diga, después de ser como Blanca Nieves, siempre rodeada de tíos que nunca daban la talla, pues por fin creía encontrar algo que me llenaba más, y con el estilo de vida que llevaba estaba bien. Trabajaba todos los días excepto los lunes, tenía más de dos trabajos, y el tiempo no era lo que más me sobraba. Era un buen chollo.
Quedabas con alguien que te gustaba, intercambiabas placer y cada quien a su casa. Gran ganga diría McNamara.Todos los fines de semana y los lunes se convirtieron en mis días favoritos. Llamadas de teléfono y mensajitos (porque ahí no existía aún el “guasa”) hicieron que en mi cabeza y en mi corazón por más que yo me la pasara como Cenicienta, limpie y limpie, es decir, borrando lo que estaba empezando a germinar, pasara lo obvio: empecé a sentir algo más por él. Aquí cabe mencionar que cambió de trabajo el sapito en cuestión y llegaba en su corcel a recogerme al trabajo. 
¡Qué mejor recompensa que ver a tu objeto de deseo esperándote a la salida del trabajo! Aunque el corcel fuera de un color chillón, música chumba chumba y sólo le faltara rebuznar, que diga, relinchar. 
Mi cabeza y mi corazón discutían mucho porque  me negaba a reconocer lo que ya era inevitable: me había enamorado, pero me sentí tonta por el argumento aquel de “yo no busco relaciones serias”. A mi me quedaba muy claro que después de dos años con esta dinámica, los lazos se habían estrechado y la relación evolucionado. Cuando intenté plantear la situación para obtener título nobiliario de reina y “noviliario” de novia, primero por teléfono obtuve un “si lo que tú necesitas yo te lo puedo dar, yo te lo daré”, y en persona fue un mareo y un paseo por la dialéctica que me hizo entender que esto no avanzaba para ningún lado. Con dolor y sin ver cambios, le dije que no me llamara más.Que debíamos alejarnos. Que debíamos continuar nuestras vidas (cada quien su cuento).
Encontré un trabajo fuera de la ciudad y lo acepté. 
Por cuestiones de estas que sólo ocurren en un cuento donde se busca un príncipe, volví a coincidir con el sapo seis meses después, quedando e intentando frenar mis sentimientos hacia él. Él por su parte, yo notaba que se intentaba acercar y yo sólo intentaba pensar en el invierno o en el iceberg más grande de la Antártida. 
Pero los cuentos son así, se descubre la verdad, y eso pasó. 
No pude ocultarla más y le dije que lo había extrañado mucho, que lo había pasado muy mal sin él y las lágrimas no faltaron. No, no sólo mis lágrimas. También las suyas. Porque los sapos también lloran. Cuando me dijo que él también lo había pasado mal y que si no me había buscado era porque yo se lo había pedido, sí, sí, sentí que el maleficio de la bruja se rompía y el sapo se volvía príncipe. (Un momento, que aún hay más cuento. Dicen que los animales más obedientes son los cerdos, luego los delfines, y luego los perros. Yo pondría en primer lugar a los sapos, al menos ya comprobamos que si les dices “no me llames” no te llaman. “No me busques” No te buscan. “Fóllame” te follan. “Bésame” te besan. No sé por qué no se me ocurrió decir “cómprame ese piso”.Esto sólo como nota informativa.)
Ya en el portal de mi casa, el silencio fue nuestro código, y yo embelesada por lo bello de mi sapo que empezaba a tener atributos de príncipe (otra nota informativa: al contrario de lo que todos creen, hay príncipes que no usan Pantene, porque efectivamente, ¡son calvos!, y ahí, ahí mismo, estriba el encanto) dijo las palabras mágicas: “TE AMO”. Yo sentí que había triunfado como los Chicos. (Que nunca pusieron una banda sonora a Disney pero hubiera quedado muy bien.)
Yo tenía que volver a irme de la ciudad por seis meses más pero él prometió ir a verme. Al menos llamadas y mensajitos no me faltaron. Cuando consiguió el permiso en su trabajo para tener cuatro días e ir a verme no pudo sino ya romper el hechizo.
El mismo día del arribo, yo preparando: vestidito resultón, botellita de vino especial que tuve que ir a conseguir a una vinoteca a 10 kms.  de donde vivía, sábanas nuevas, limpieza de la casa, que diga palacio, extrema, y todo para recibir la palma de plata: “Quiero que tengas presente que el que va a verte es tu amigo, porque yo no quiero nada serio”. Agregó que se había enamorado de una tía de su nuevo trabajo y que realmente le gustaba. Yo me deslavé y mi sonrisa se destiñó. Acababa de besarlo y de príncipe top manta, pirata y calvo, se convirtió de nuevo en sapo. Se alejó dando saltos en su corcel tuneado y escuchando su música  de subidón. 
Después de todo, nuestros cuentos nunca podrían coincidir, yo soy la princesa del cuento de ayer (¡Ay! Antonio Vegas) y él era sapo de cuentos bacalas. 
Hay combinaciones que no son buenas aleaciones. 
Pero yo me quedo con los sentimientos que este sapo logró en mi. Me descubrí más princesa que nunca o mejor dicho, más reina que nunca. Y reina de corazones: “Que le corten la cabeza”. 
Sólo recordé a Lorena Bobbit y la justicia que hizo con su marido.
¡Siguiente!

                                          Merlina Brujas

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