lunes, 22 de julio de 2013

Cuento de verano - Cap. 1

Ella
Hace un par de días que he llegado a este pequeño pueblo del sur.
Estamos todavía al principio del verano y las casas normalmente vacías, empiezan lentamente a llenarse de gente y ruidos . No se si a la gente del pueblo le gusta está invasión de personas estresadas que llegan de la ciudad.
Bares y restaurantes se animan quitándose la sal de los manteles a cuadros que cubren las mesas de madera, de los cuadros de barcos y veleros , de la red de pescador colgada en el muro .
El olor a puro y a vino casero , deja sitio al olor de Malboro Light y Pinot blanco “Frío, muy frío por favor” .
La casa de mi amiga, donde estoy veraneando y mirándome dentro, es muy bonita, tiene vista al mar-cielo que se unen perfectamente al horizonte en un azul intenso, el aire puro sabe a sal y se te pega a la piel . Amo este olor .
Sonrío pensando en la vista de mi casa , un edificio antiguo blanco que no me permite de ver las estrellas en la noche . Aquí hay muchísimas , todas para mi .
Estoy muy cansada , agotada , hago un esfuerzo cada mañana para levantarme de la cama pronto y darme un paseo solitario por la playa .

El otro día mientras paseaba por la orilla del mar bañándome los pies acompañada de mis pensamientos , un barquito captó mi atención .
El barco era pequeño , de un rojo brillante , se acercó hasta la orilla para proseguir hacia el puerto . Fue un momento , se asomó una cara bonita y el dueño de esta sonrisa abierta me saludó con la mano gritando algo que el viento no me permitió escuchar .
Como una niña empecé a gritar y a saludar con ambas manos levantándolas hacia el cielo , como un ritual ancestral de liberación, como si aquella sonrisa hubiera tocado algo profundo en mi . Fue un momento, el barco siguió su trayectoria predeterminada, me quedé mirando hasta que desapareció de mi vista tragado de la marea , dejándome una sonrisa dibujada en mi boca y la cara roja de la vergüenza por mi pérdida de control .
Me quité la arena pegada a mis piernas , y seguí mi camino solitario y meditativo al borde de mi orilla .

El
Ya llevo horas despierto, pero da la impresión de que el día no empieza hasta que no empieza a rasgarse la noche con las primeras luces… El agua está tranquila, parece un espejo kilométrico, reflejando los primeros naranjas de la mañana. Anselmo, al timón, va rompiendo la serenidad del cristalino río mientras navegamos de vuelta a puerto.
La jornada ha sido dura, vengo apoyado sobre la borda intentando aviar las redes, clasificar la pesca e ir adecentando un poco la embarcación.
El verano está próximo y a veces los veraneantes solicitan de embarcaciones como ésta para saciar su sed aventurera, y a la vuelta, parlotear en la oficina sobre sus hazañas marineras.
A mi me importa bien poco lo que hagan, yo solo quiero ganarme unos cuartos. A veces incluso hecho buenos ratos, cuando el gran señor de la ciudad, acompañado de la menos dama de todas, termina perdiendo el equilibrio y cayendo por la borda. Y la tipa me mira como sabiendo que en el mar, el rey de la jungla de asfalto, se ahoga.

Ya casi llegaba a puerto, y una figura cercana a la orilla me sorprendió, apenas pude ver su rostro, pues el sol, a su postre, oscurecía la figura y solo dejaba ver una silueta. Una cosa estaba seguro, se trataba de una mujer, mejor dicho, estoy seguro de dos cosas, no era de aquí. Iba directa a las pozas del regajo frio. De caerse en ellas las habría pasado jodidas para salir. Así que intente llamar su atención alzando el brazo, y por más que grité, me temo que no llegó a entenderme. Hacia aspavientos y saltaba como si los barriletes le mordiesen los pies. La marea nos fue separando poco a poco y ya fue imposible advertirla. Me giré y seguí con mis labores.

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