Creo que va siendo hora de presentarse.
Esta vez no firmaré bajo ningún seudónimo absurdo si no con mi verdadero
nombre. A fin de cuentas sólo se trata de eso, un nombre.
Empezaré contando cómo aterricé en Madrid;
Por amor..., por lo menos eso creí entender yo por amor hace 10 años. Lo
cierto es, que aunque haya vivido en diferentes países, incluso continentes, se
me hace difícil no imaginarme precisamente aquí, en Madrid. Concretando un poco
más, en el barrio de Antón Martín, a
escasos minutos de donde viven prácticamente todas mis amigas y amigos. Difícil
imaginarme no sólo fuera del barrio pero también de la vida desordenada y caótica
que llevo, quizás así porque en el fondo, secretamente, me gusta. Acomodada en mis costumbres, miedos y auto
impuestas limitaciones, aunque eso me guste menos.
Que contaros..., soy extrema por
naturaleza, los términos medios me aburren y cuando eso ocurre, soy experta en
buscar mi propio entretenimiento creando problemas donde no los hay. Soy
despistada e impuntual y para sobrevenir eso necesito grandes dosis de
disciplina. No sería justo culpar a mis padres de ello. Desde que tengo memoria
(aunque no sea mucha), mi padre me ha regalado agendas y relojes para cualquier
fecha señalada como puedan ser cumpleaños y navidades, y libros y pinturas para dibujar, cuando enfermaba por algún
resfriado o similar, así que me aseguraba de que eso ocurriera de manera
frecuente hasta que prematuramente abandoné el nido familiar. Desde entonces,
mi sinceridad no ha hecho otra cosa que ir en aumento, metiéndome en numerosas
situaciones incómodas y un mar de problemas.
Concreta mente, recuerdo el día que intenté
explicarle a un padre sobre-protector, el mio, la diferencia entre los efectos
de la marihuana y el éxtasis. Mi intención era buena, quería tranquilizarlo. A
mi hermano lo habían pillado con porros en casa y mi padre quería llevarlo a
Proyecto Hombre, salvé a mi hermano pero casi entro yo.
Lo cierto es, que al haberme marchado tan
joven de casa y pasar tanto tiempo fuera (debo confesar que vivía en un
internado de señoritas en el sur de Inglaterra y fui desterrada por elección
propia y bajo el sacrificio económico de unos padres de clase media con una
hija que apuntaba gustos y maneras exquisitas. Creo que todavía no han
perdonado mi mediocridad). Decía que, al pasar tanto tiempo fuera de casa,
cuando volvía para las vacaciones, tenía la necesidad de que mis padres me
quisiesen por quien realmente era y no por la imagen idealizada que querían
tener de mi frente a sus amigos y compañeros de trabajo.
Recuerdo una vez en el aeropuerto,
volviendo a casa por vacaciones desde Inglaterra, había en el vuelo varias
estudiantes que como yo, vivían fuera. Coincidió que nuestros padres eran conocidos y estaban esperándonos juntos, al otro lado de
la puerta de llegadas. Al vernos salir, todos, excepto mis padres, clavaron las miradas en sus retoños
adolescentes fundiéndose en una enorme sonrisa de placer. Lo gracioso fue que
al vernos salir, verlas salir, mis madre había comentado la importancia de
invertir en la educación de los hijos, en como eso marcaría su futuro, y al
verlas tan arregladitas, con sus abriguitos de paño, sus melenitas tan
bien peinadas, tan arregladitas, tan,
tan... mis padres no me encontraban.
Lógico, yo era la que iba al lado y no me habían reconocido. Me había
cortado el pelo muy corto, como un chico, vestía pantalones de campana-elefante
y jerseys de colores. Fué toda una decepción para mis padres no poderse llevar
una de esas perfectas muñequitas a casa si no a mí.
Pensándolo bien, siempre he mostrado
resistencia a la perfección. Porque la perfección es previsible, aburrida y
sofoca la creatividad y capacidad de improvisación. Así que esta soy yo, ANA,
perfectamente... IMPERFECTA..
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